Menos mal que mis malos augurios del pasado día
21 no se han cumplido. De modo que voy a contaros lo que he hecho hoy, 29 de septiembre, en mi circunstancia de indigente y que, aunque aparentemente pueda resultar banal, para mí es muy importante, porque es mi supervivencia.
Ha habido Metro y esto me ha permitido llegar al Comedor. Las personas que, como yo, vamos al Comedor Social del Programa Integral San Vicente de Paúl, de las Hijas de la Caridad, en Madrid, hemos tenido un día normal, felizmente, con acceso también a todos los demás servicios del Centro: duchas, lavandería, Centro de Día... A pesar de las dificultades, que imagino que han debido de tener las monjas para darnos de comer en este día de huelga, no nos ha faltado de nada. El menú ha consistido en ensaladilla rusa o judías pintas, a elegir. De segundo plato huevos duros o medio queso pequeño tipo holandés y chopped. Esto último es muy de agradecer porque me sirve para hacer el bocadillo de la cena durante varios días. Me he llevado una alegría cuando, a la salida, he recibido el dulce regalo de un bote de leche condensada. Hace siglos que no la pruebo. Sor Damiana explicaba con una sonrisa las bondades del regalo a algunos de los compañeros africanos que daban vueltas al moderno envase sin llegar a entender su contenido, pues éste les llevaba a engaño. Eso me recordó que, antes, mientas esperaba mi turno para coger el tique de la ducha oí a alguien comentar que le habían dado en el comedor algo que le parecía que era jabón. Al decirle yo que era imposible que en el comedor dieran jabón, me contestó "bueno... lo oleré antes".
Al Comedor acuden muchos musulmanes, y las monjas, que son muy respetuosas con su religión, cuidan de que puedan tener una alternativa a los productos del cerdo. Y eso que somos más de quinientas las personas que allí vamos a comer a diario.
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Sor Damiana, que tiene más de 80 años, es todo un personaje. Es enérgica y menuda, de penetrantes ojos azules y un tanto cascarrabias cuando se le agota la paciencia, lo que ocurre a menudo. Ocupa el puesto primero de la fila de voluntarios del mostrador por el que pasamos todos con nuestras bandejas metálicas, que se van llenando con el primer plato, el segundo y el postre, y que, a veces, casi se desborda con exquisiteces de Mallorca y Viena Capellanes. Yo tocaría las campanas cuando hay bollería, porque los bollos me vienen que ni pintados para el desayuno. Ésta del mediodía es la única comida que tenemos la mayoría de nosotros.
Desde su "atalaya" Sor Damiana nos controla a todos con las manos cruzadas apoyadas en el final del mango del enorme cucharón, ahora en reposo, que momentos antes utilizaba para servirnos el primer plato. Veo que hoy está muy contenta. Imagino que será porque todo ha salido bien. Al despedirme le digo algo que ahora no recuerdo, sólo tengo su imagen echada hacia adelante acercándose a mí, como en una confesión, para decirme en voz baja que es enfermera, que lleva cincuenta y cinco años trabajando con enfermos terminales y que eso le ha marcado un carácter particular, muy distinto al de las hermanas que están con niños añadiendo con orgullo "soy burgalesa y en la comunidad me dicen que soy muy ocurrente".
Os cuento todo esto porque para nosotros, indigentes, sin techo y demás personas en exclusión social es básico contar con un lugar donde poder comer y estar, y este comedor es el único que no cierra ningún día del año. Es cuestión de pura supervivencia cuando estás solo y no tienes nada.
Gracias al Programa Integral San Vicente de Paúl, de las Hijas de la Caridad, he conseguido recuperarme de la grave desnutrición a la que me condujo la
Seguridad Social cuando en marzo del año 2002 dejé de percibir mi pensión de Invalidez, por enfermedad profesional. Os iré contando poco a poco todo lo ocurrido desde entonces y los motivos por los que dejé de cobrar, injustamente y de manera ilegal.